Primer viaje a las estrellas

Por Juan Carlos Nacher

Abordemos el "Pioner X" y hagamos en el, el viaje mas fantastico que jamas se haya emprendido.

Destino: El infinito. Tiempo de vuelo: La eternidad.

En marzo de 1972, un extraño vehículo en forma de plato se lanzó al cielo desde Cabo Kennedy, en una misión científica que anonada la imaginación. La astronave, de 260 kilos de peso, llamada "Pioneer X", va hacia el infinito.


Después de pasar cerca del gigantesco planeta Júpiter, saldrá del sistema solar para entrar en la galaxia de la Vía Láctea. Tras un recorrido de 2.900 billones de Kilómetros, hacia el año 8.000.000 penetrará en la constelación de Taurus, roza casi la estrella El Nath, y a continuación se lanzará ciegamente al gran cielo galáctico del más allá.

Durante su asombroso periplo a través del universo, el «Pioneer X» viajará más lejos y más velozmente que ningún otro objeto fabricado por el hombre. Sus instrumentos, accionados por energía nuclear, enviarán a la Tierra un verdadero tesoro de información desde los mismos confines del sistema solar. Y, por sí "alguien", allí afuera, está observando, lleva una placa de aluminio adonizado con oro, en la que se muestran las figuras de un hombre y una mujer, y tin mensaje en que se describe la Tierra y nuestro sistema solar, mensaje que sé supone puede ser descifrado por seres inteligentes que existan en cualquier parte. Tal vez algún día el propio hombre pueda seguir las huellas del «Pioneer X". Hasta entonces, sin embargo, lo única que podemos hacer es seguir con los ojos de la imaginación este fantástico viaje. Así, pues, imaginemos que subimos a bordo del "Pioneer X». La que a continuación se relata es el esquema real de la misión... con la única diferencia de que ahora nosotros también vamos en la astronave. Próxima parada: las estrellas.

Son las 8.49 de la noche del 12 de marzo de 1972, y los motores del cohete AtlasCentauro acaba lanzamos al espacio en una eclosión de luz y sonido. En pocos minutos nos encontramos rasgados los cielos a una velocidad sin precedentes: cincuenta mil kilómetros por hora

Durante las dos horas siguientes nuestro vehículo es objeto de una serie de complicadas maniobras. Se accionan pequeños reactores controlados por computadora para que la astronave tome un lento movimiento de rotación, de cinco revoluciones por minutos. Este efecto de «asados iguala el calor solar sobre el exterior de la nave, y permite que los instrumentos científicos cubran un círculo completo cinco veces por minuto. A continuación, el sistema automático de navegación, funcionando en combinación con delicados sensores de luz, ejecuta una fijación triangular sobre el Sol, la Tierra y la estrella Canopus para orientar la astronave de tal manera que su importantísima antena de plato mire hacia la Tierra. Ahora estamos irrevocablemente comprometidos a seguir un complejo tumbo computado meses antes por científicos y matemáticos.

Avanzando a razón de 14,5 kilómetros por segundo, el Pioneer nos Lleva más allá de la Luna en Sólo once horas. Ochenta y tres días después de abandonar la Tierra, pasamos frente a la órbita de Marte, eclipsando todas las marcas de distancia alcanzadas hasta la fecha por astronaves norteamericanas y rusas.

Tiro al blanco celeste. Aproximadamente cincuenta días después, y a casi 190 millones de kilómetros de nuestro planeta, la nave entra en el misterioso Cinturón de Asteroides, región de fragmentos y partículas de tipo rocoso, de ochenta millones de kilómetros de espesor. Esta galería de tiro celeste se cree que está formada por numerosos mundos diminutos que no llegaron a unirse y formar un planeta. Aun cuando Ceres, el más grande de estos cuerpos, tiene un diámetro de 770 kilómetros, la mayoría de ellos son sólo piedras, cantos y guijarros que giran en el espacio.

La colisión con un asteroide es, desde luego, una posibilidad. Aun el más pequeño de estos fragmentos, moviéndose a velocidades de hasta treinta kilómetros por segundo, podría destruir completamente la astronave. Pero, al menos aquí, la terrible inmensidad del espacio es nuestra aliada. No es muy probable que nuestro vehículo y algún asteroide errante acierten a ocupar exactamente el mismo punto del espacio exactamente al mismo tiempo. Sin embargo...

Doce meses después del lanzamiento, el Pioneer sale del Cinturón de Asteroides. La Tierra, que se ha quedado a 668 millones de kilómetros de distancia, no es más que un punto luminoso en el cielo, mientras que el Sol se ha reducido a las proporciones de un disco blanco, de tamaño similar al de la goma de borrar de un lápiz.

A los dieciocho meses de iniciar la misión, vemos a Júpiter frente a nosotros como una bola con rayas.

La distancia en línea recta a la Tierra es ahora de más de ochocientos millones de kilómetros. Dicho de otro modo, una señal de radio, viajado, a la velocidad de la luz (unos trescientos mil kilómetros porsegundo) tarda 45 minutos en llegar hasta nosotros. Diecinueve días antes encuentro con Júpiter, nuestra velocidad que había disminuido a tan sólo, 37.000 kilómetros por hora, empieza a aumentar otra vez a medida que la astronave va recibiendo lentamente la influencia masiva del campo gravitatorio de aquel planeta. A una distancia de treinta millones de kilómetros, Júpiter es el objeto más conspicuo del espacio. Sin embargo, nos parece casi imposible comprender su tamaño real. He aquí el cuerpo más grande del sistema solar, después del Sol, más, con un volumen 1.300 veces mayor que el de la Tierra. Contrastados este inmenso tamaño todos los continentes y océanos de nuestro planeta no ofrecerían un aspecto mayor que el que presenta el Japón en un globo terráqueo. El año de Júpiter es igual a doce terrestres, pero, a pesar de su inmensa circunferencia, gira con tal velocidad que un día allí transcurre en sólo diez horas nuestras.

Paisaje de pesadilla. Al pasar el Pioneer sobre la superficie iluminada de Júpiter (a una velocidad de 130.000 kilómetros por hora) no podemos evitar la impresión de que nos vamos a estrellar en ella, víctimas de la atracción de la gravedad

Observamos fascinados la inmensa curvatura del planeta que poco a poco eclipsa al brillante y diminuto Sol. Durante unos momentos, un extraño crepúsculo dorado envuelve la astronave; luego, súbitamente, quedamos sumidos en la monstruosa sombra del planeta. Sin embargo, la obscuridad no es total. Se mezclan con ella ríos de gases policromos que fluyen de horizonte a restos de grandes perturbaciones en la atmósfera del planeta.

¿ Que hay allí abajo? Sólo podemos suponerlo. Varios millares de ki bra de Júpiter a la luz de un nuevo día. Casi instantáneamente, llegan a la astronave señales procedentes de la Tierra, mientras ésta sale de detrás de Júpiter, y el Pioneer reanuda sus transmisiones de radio. En cuestión de segundos, la preciosa carga de información relativa a la cara posterior de Júpiter, que los instrumentos y la cámara telescópica del Pioneer han estado recogiendo, surca veloz el espacio rumbo a la Tierra

Alud de datos. Ahora viene una maniobra importante. Habiendo agregado una parte de la velocidad orbital de Júpiter alrededor del Sol a la suya propia, el Pioneer es lanzado como por una honda otra vez al espacio. Esta secuencia, planeada con la máxima precisión, es absolutamente vital para los amplios viajes al exterior del sistema solar. En el punto culminante de este lanzamiento, nuestra velocidad llega a la fantástica cifra de 130.000 kilómetros por hora. Delante... el frío y solitario dominio de los planetas exteriores y, más allá de estos mundos silenciosos, la mayor aventura de todas: la galaxia.

Más de dos años y otros ochocientos millones de kilómetros nos separan todavía de nuestro próximo hito, la órbita de Saturno, el de los fantásticos anillos. Mientras tanto, el Pioneer trabaja. Detecta los rayos cósmicos galácticos que llegan hasta nosotros de orígenes tales como las supernovas (estrellas que estallan) y pulsares (estrellas pulsantes). Sus magnetómetros observan las rachas huracanadas del viento solar, vendaval cuya velocidad es de 1.500.000 kilómetros por hora y que
está formado por plasma caliente que baña los planetas circundantes en partículas de elevado índice energético. Estudia el gas interplanetario en busca de átomos de hidrógeno neutral, elementos primordiales constitutivos del Sol y los planetas. Fotómetros ultravioleta vigilan. el polvo cósmico y el gas a la luz de las estrellas. Los detectores registran la incidencia micrometeoroides y partículas cometarias. Y durante todo el tiempo, este tesoro de datos se está remitiendo a la Tierra a razón de varios centenares de unidades de información por segundo.

Esta materia prima suministrada por el Pioneer mantendrá ocupados a los científicos durante muchos años, décadas quizá. Gran parte de la información será de aplicación inmediata. Por ejemplo, el conocimiento de la rápida rotación de la atmósfera de Júpiter conducirá a una mejor comprensión de la circulación atmosférica en la Tierra, y, por tanto, de sus ciclos meteorológicos. Algunos de los datos serán guardados para que los estudien futuras generaciones que posean una tecnología más avanzada que la nuestra. Este legado del Pioneer puede llegar a revelar en el futuro muchos secretos de la creación.

Más de cuatro años después del lanzamiento desde la Tierra, nuestra cosmonave cruza la órbita de Saturno. Las señales de radio provenientes de la Tierra, que está ahora a 1.500 millones de kilómetros de distancia, tardan ya varias horas en llegar hasta nosotros. A 2.900 millones de kilómetros de nuestro planeta, el Pioneer deja atrás a Urano. La comunicación cesa. El Pioneer se ha vuelto sordomudo. Nos hallamos ya a demasiada distancia.Un nuevo salto de 1.500 millones de kilómetros y cruzamos la órbita de Neptuno. La Tierra ya no se distingue a simple vista. El Sol no es más que una mota luminosa.

Hacia los últimos confines. A quince años de distancia de la Tierra, el Pioneer alcanza la órbita del lejano Plutón. La Tierra, a 6.500 millones de kilómetros de nosotros, ya está casi olvidada. Hemos cruzado los confines del sistema solar y entrado en el frío desierto del espacio interestelar. A nuestra espalda, el sistema solar de nuestro origen se ha desvanecido para siempre en la aterciopelada negrura del Universo. El Sol, nuestro sol, no es sino una más entre los cien mil millones de estrellas que parpadean en nuestra galaxia.

Mientras corremos hacia los gigantes de Taurus, que nos llaman, nuestra mente lucha con las tremendas consecuencias del infinito. En esta eterna igualdad, nuestra cosmonave es como un diminuto y complicado juguete que flota inerte en el vacío. Aunque nos movemos a una velocidad de once kilómetros por segundo, no hay modo de que nos demos cuenta.

Pasan semanas. Meses. Un año. Luego, un día, el Pioneer empieza a morir. Uno por uno, sus generadores atómicos agotan su provisión de bióxido de plutonio-238.

Al acercarse el día final, una profunda quietud nos congela el alma. Ahora debemos contemplar la eternidad que se abre ante nosotros. Inevitablemente, nuestros pensamientos atraviesan el abismo tiempo para ir a las estrellas que nos llaman desde distancias muchos años-luz

¿ Cuántas de ellas un sistema solar como nuestro? En este inmenso cuenco de estrellas tiene haber centenares, tal vez millares de Tierras habitadas por seres inteligentes que se hacen las mismas preguntas.

Dentro de ochenta mil siglos, mucho después de que nuestros pensamientos hayan cesado del todo, cuando el hombre haya dominado el sistema solar o haya desaparecido como especie del Universo, materia inerte de Pioneer penetrará en el enjambre estelar de Taurus. Allí, cerca de la estrella El Nath, primera escala posible en el viaje galáctico podría por casualidad penetrar algún desconocido sistema solar y ser capturada. Entonces, otros seres examinarían la placa que lleva y comprenderían que ellos no son las únicas criaturas que navegan en el cósmico océano.

¿ Y más allá de El Nath? Es incógnita. Pero el Pioneer no tiene prisa. Dispone de todo el tiempo que existe.

Aceleracion Anomala

Datos procedentes de varias sondas espaciales, incluyendo las Pioneer 10 y II, Galileo y Ulises (la Voyager es menos útil para determinar anomalías en la aceleración), evidencian una suave aceleración inexplicable en ellas. La información de su posición y velocidad se deriva de las señales de. radio enviadas de vuelta a nuestro planeta desde las mismas. Cualquier cambio de su velocidad en el tiempo se adscribía a una amplia variedad de causas conocidas:

El tirón gravitatorio del Sol y los planetas, viento solar, la Vía Láctea, el Cinturón de Kuiper, etc. Pero después de tenerlo todo en cuenta, incluso la posible presencia de materia oscura en nuestro Sistema Solar (sólo una millonésima parte de la masa de nuestra estrella puede ser que resida en forma de materia oscura en la zona interior de la órbita de Urano, según se cree) o la existencia de pequeñas fugas de gases de los propios vehículos, se ha detectado una pequeña aceleración en las sondas (de 8 x1 0-8 cm /s2 en el caso de la Pioneer 10) que permanece sin una justificación teórica adecuada. Las señales de esta anomalía aparecieron por primera vez en la Pioneer 10, lanzada en 1972, en los años ochenta (en la actualidad se encuentra ya a 70 UA de la Tierra).

En sus investigaciones más recientes, seis científicos espaciales, gracias a los datos de la Pioneer, junto con información suplementaria aportada por las sondas (Galileo y Ulises, han hallado que la anomalía es persistente. Dichos astrónomos dudan, pero no excluyen, la posibilidad de haberse topado con un nuevo efecto gravitatorio desconocido o, incluso, con un
nuevo tipo de fenómeno físico aplicado a este tipo de objetos. Algunas explicaciones alternativas incluyen pequeños errores sistemáticos en el análisis de los datos o aspectos inesperados en la navegación espacial. Trabajos futuros sobre este problema pueden, quizás, ayudar a entender aún mejor los movimientos observados en los cuerpos celestes, así como tenerlo en cuenta para futuras naves que se envíen fuera del Sistema Solar interno, como es el caso de la sonda Pluto Express.


Physical Review Letters