¿ 2000 ó 2001? El comienzo del 3er Milenio

Por Angel Requena

Estamos en las puertas del 3er milenio y para un amplio sector de la sociedad, influenciados por las "noticias" de los medios de comunicación y por la lógica aplastante de un razonamiento poco razonado, el 1 de Enero del 2000 será el primer día del próximo milenio si es que nuestro amigo Nostradamus se equivoca, ya que pronostica para el mes de Julio la tan recurrida e irracional expresión del fin del mundo.

La noticia extendida como la pólvora ha afectado tanto que la gente ha adelantado o atrasado acontecimientos claves en sus vidas (Bodas, Nacimientos, etc) con tal de hacer coincidir tales acontecimientos con el principio del nuevo milenio, a no ser que la verdadera razón sea el pánico que se siente ante las noticias catastrofistas del mencionado visionario. A ello hay que unir celebraaciones por todo lo alto para la próxima nochevieja, ya se está hablando del macroconcierto que se celebrará en la costa más oriental de Nueva Zelanda en el que los Michael Jackson, Gloria Estefan & Co. harán las delicias de un público entusiasta y deseoso de tal "orgía" conmemorativo-festiva.

En el presente artículo pretendemos puntualizar ciertos aspectos sobre el dilema planteado apoyándonos en todo momento en datos y acontecimientos históricos relativos al calendario. El objetivo por tanto es arrojar cierta luz ante este dilema sin pretender alterar las ilusiones de ciertas personas ante este hecho; si el artículo les crea cierta incertidumbre podrán pues celebrar dicha conmemoración tanto este fin de año como en el siguiente, por si acaso.

Como ya hemos adelantado la cuestión planteada sólo tiene un único dilema y no es otro que determinar exactamente el origen de nuestro calendario y a partir de él realizar la cuenta atrás hasta nuestros días. Analizaremos las sucesivas reformas sufridas en nuestro calendario así como los acontecimientos más importantes que intercedieron en el devenir del tiempo.

El calendario cristiano, que rige nuestra actividad cotidiana, es una variación del calendario romano primitivo, en el que el año constaba de 304 días, sin relación con los movimientos del sol o de la Luna. Los días se agrupaban en los diez meses siguientes: Martius, Aprilis, Maius, Junius, Quintiles, Sextilis, September October, November y December

La denominación de los meses, con una duración alternativa de 30 y 31 días, obedecía tanto al deseo de homenajear a algunos dioses como a su orden secuencial. A Numa Pompilio se le debe la introducción de dos meses más: Januaris (Jano), que pasó a ser el primer mes del año, y Februaris (Febo). Posteriormente, los meses Quintilis y Sextilis pasaron a llamarse Julius y Augustus, en honor de Julio César y Augusto.

Con este reforma del calendario,había 4 meses de 31 días, 7 de 29 y 1 de 28, de manera que el año tenía 355 días y se acomodaba más al movimiento lunar. No obstante, la duración así obtenida era todavía corta y Numa dispuso que cada dos años, entre el 23 y 24 de Febrero, se intercalara un mes de 22 y 23 días alternativamente, llamado Mercedinus. Con este arreglo, en cuatro años consecutivos había un total de 1465 días (2 años de 355 días, 1 año de 355+22 y 1 año de 355+23), resultando una duración media para el año de 366.25 días, es decir, demasiado larga. Las sucesivas modificaciones para adecuar la duración del año a la real (el año trópico dura 365.2422 días solares) desembocaron en una gran confusión: a veces los meses de invierno transcurrían en primavera y los de verano en otoño.

La situación planteada era tan insostenible que Julio César encargó a Sosígenes, astrónomo y matemático de Alejandría, una nueva reforma (la reforma juliana) para tratar de acordar la duración del año civil (establecido por decisión política) con el año trópico (período de la traslación terrestre en tomo al sol). Para ello, y como el desfase era próximo a los tres meses, añadió 85 días al año 708 de la fundación de Roma, resultando que ese año (46 a.C.), llamado de la confusión, tuvo 15 meses. Restablecido el acuerdo, se dispuso que el siguiente año tendría 365 días, dividiéndose en doce meses de 30 y 31 días, a excepción de Febrero, que tendría 28 años durante tres años consecutivos, llamados comunes, y 29 días en el año siguiente. Los años comunes tendrían por tanto una duración de 365 días, apareciendo uno de 366 cada cuatro años, que se llamó bisiesto y que compensaba el adelanto de un cuarto de día, que no se contaba en los años comunes ya que la duración del año trópico se cifraba entonces en 365.25 días. Ese día suplementario se intercalaba entre el 23 y 24 de Febrero, repitiéndose este último día, el sexto antes de Marzo, de ahí el nombre de bisiesto para el año con el día adicional (bisiesto die calendas martias). Hacia el año 1278 de la fundación de Roma, Dionisio el Exiguo adquirió la costumbre, influenciado quizá por el papa S. Juan I, de fechar los acontecimientos históricos a partir del nacimiento de Jesucristo. El cenobita armenio afincado
en Roma, fijó, un tanto arbitrariamente, la fecha del nacimiento en el año 753 de la escala anterior. Sin embargo, su propuesta de considerar tal fecha como comienzo de una nueva era no fue admitido de inmediato, de hecho hubo que esperar 200 años para que se instaurara en la propia cancillería romana y hasta el siglo XV para que se empleara definitivamente en toda la comunidad católica. Desde entonces, se fijó el origen de la era cristiana el día primero del año que siguió, según la tradición, al nacimiento de Jesucristo, comenzando entonces el año primero de la era también denominada vulgar. El año del nacimiento de Cristo por tanto, es considerado año cero por los astrónomos y el primero antes de cristo según los cronologistas. En todo caso esta reforma propiciada por Dionisio, sólo alteraba el origen de la escala, pero no cambió la duración del año juliano, que continuó siendo un poco más larga de lo debido; realmente se producía un incremento de alrededor de 3 días cada 400 años.

Ese desfase dio lugar a que el equinoccio de primavera se fuera anticipando a lo largo del tiempo, de modo que, habiéndose verificado tal equinoccio el 21 de Marzo del año 325 (Concilio de Nicea), se produjo el 11 de Marzo en el año 1577, es decir, diez días antes de lo previsto.

Pretendiendo que el año conservara su carácter solar (o lo que es lo mismo, que las estaciones tuvieran lugar en idéntica época) y que, en particular, el equinoccio de primavera se produjera siempre en las proximidades del 21 de Marzo, se hacía evidente la necesidad de una nueva reforma. Esta fue ordenada en el año 1582 por el papa Gregorio XIII, aconsejado por un grupo de astrónomos, entre los que se encontraba el toledano Pedro Chaeón, con el fin último de establecer el acuerdo entre el calendario y el movimiento anual y aparente del sol alrededor de la Tierra.

Dos fueron las disposiciones básicas de esta reforma, conocida como la reforma gregoriana, a saber:
en primer lugar se eliminó el retraso acumulado de 10 días, de modo que el día siguiente al 4 de Octubre, jueves, seria el viernes 15 de octubre. Seguidamente, y para
mantener el acuerdo entre el año civil y el trópico, había que suprimir tres días en 400 años del calendario juliano. Esto es, contar tres años bisiestos menos, con lo cual sólo serían de esa clase aquellos cuyo número de centenas fuese divisible por cuatro. Así, el año 1600 fue bisiesto por decisión papal, pero no lo fueron los años 1700, 1800, 1900, en cambio sí lo será el año 2000. De los años seculares venideros, sólo serán bisiestos los 2400, 2800, 3200, etc. La gran exactitud obtenida para la duración media del año (sólo aparece un error de 1 día en 3323 años) junto a su sorprendente sencillez, hacen que este calendario gregoriano, por el que nos regimos, sea aún considerado como una obra extraordinaria desde el punto de vista astronómico. No obstante, aunque su adopción fuera obvia e inmediata en los países católicos, no ocurrió lo mismo en el resto del mundo, ya que hubo de vencerse toda una serie de prejuicios: en Japón se adoptó oficialmente en 1863, en Rusia en 1918, en Rumania y Grecia en 1924 y en Turquía a lo largo del año 1927.
Evidentemente ell carácter marcadamente convencional de los calendarios y de su origen, convierten en intrascendente la idea de situar con exactitud el fin del milenio. Además el aspecto relativo se acentúa todavía si cabe más en el hecho de que actualmente existen culturas que disponen de su propio calendario como es el caso del calendario judío y musulmán, por citar alguna de las religiones monoteístas más impórtantes. En cuanto al establecimiento de orígenes para fijar el cómputo anual, también han sido múltiples, aunque los motivos puedan reducirse a los acontecimientos singulares, sucesos legendarios o efemérides religiosas.

En cualquier caso, y siendo consciente de la relatividad del concepto fin o inicio del milenio, el comienzo del año 2001 de nuestro calendario marcará el fin del segundo milenio de la era cristiana, por considerar su origen en el año siguiente al nacimiento de Cristo (el año 1 de nuestra era). Asimismo, el comienzo del año 2000 marcará el fin del segundo milenio del nacimiento de Cristo (recordemos que el año de tal nacimiento fue referido como año cero).

En resumen podemos aseverar que aunque la definición del principio y fin de un milenio responde a una elección fortuita y aleatoria, ello no implica que esa elección haya que cuestionarla. La elección de tomar el Domingo como día festivo y de oración fue elegida también en nuestro calendario de una forma aleatoria como lo es el viernes para el calendario musulmán, pero la aleatoriedad y convencionalismo de este hecho no nos otorga la libertad de no asistir al trabajo un martes esgrimiendo una distinta y subjetiva interpretación del calendario laboral. ¿Por qué por tanto nos empeñamos en que el milenio acabe el 31 de Diciembre de 1999 si los que lo definieron tomaron como origen el primer día del año I d.C.?.
En esta era de la información en la que el poder ya no está en los bancos o en los mercados financieros sino en dominar los hilos de la comunicación, nunca una mentira repetida tantas veces se había convertido en una verdad indiscutible. Esperemos que ésta sea únicamente una campaña de marketing y no llegue el momento en que la información se convierta en una imposición y el ser humano libre en un adepto sectario.