¿Estamos solos en el Universo?

por ROBERT NAEYE
Courtesy Astronomy Magazine
Artículo publicado en el número de Julio del 996

Observaciones científicas en diversos campos sugieren que podríamos ser los únicos habitante de un vasto océano cósmico.

Los seres humanos prosperan casi en cualquier lugar de la Tierra. Desde la sofocante selva lluviosa amazónica hasta el desierto del Sáhara, donde se secan hasta los huesos; desde las desoladas y frías tierras árticas hasta las islas dispersas por el Pacífico, los seres humanos han conseguido adaptarse a las condiciones hostiles.

¿Será la Vía Láctea como el planeta Tierra, con pueblos y ciudades salpicando el paisaje? ¿O más bien habría que comparar la Tierra con una isla solitaria perdida en un vasto océano galáctico, separada por enormes distancias de los otros planetas portadores de vida, vida inteligente en particular?

A primera vista, nuestro planeta y su estrella nos parecen muy normales. Nicolás Copémico hizo pedazos las ideas preexistentes sobre la posición de la Tierra en el centro de la Creación. Las generaciones de astrónomos que le sucedieron no hicieron más que reforzar el punto de vista copernicano a medida que fueron descubriendo la verdadera naturaleza de las estrellas, la remota localización de nuestro planeta en la Galaxia y la existencia de otras galaxias lejanas, muy lejanas. Tanto ha penetrado esta mentalidad en el moderno mundo científico que casi es una herejía atribuir cualquier cualidad especial a nuestro sistema solar, a nuestro planeta o incluso a nosotros mismos. Habiendo unos 200.000 millones de estrellas en la Galaxia y estando lleno el espacio interestelar con las moléculas necesarias para la vida, muchos científicos y profanos concluyen lógicamente que no debemos de estar solos, que debemos estar compartiendo nuestra galaxia con cientos, miles, o quizá millones de otras civilizaciones.

Pero esta lógica simplista no resiste un examen más atento. Los más recientes descubrimientos en diversos campos científicos sugieren que la vida ha tenido que pasar por una serie de cuellos de botella en su camino hacia la inteligencia.

Nuestra existencia sobre la Tierra es el resultado de una larga serie de sucesos improbables acaecidos en el orden preciso, como si nos hubiese tocado un premio de un millón de dólares en la lotería un millon de veces seguidas. Quizá somos realmente especiales, aunque no esté de moda pensar así. Quizá la humanidad se encuentre aislada en una fértil isla en medio de las predominantemente estériles aguas del océano galáctico.

La Luna evita que el eje de rotación terrestre derive caóticamente.

 

Los científicos que sopesan estas profundas cuestiones se ven limitados por el hecho de que tan sólo tienen un tipo de vida para estudiar: la vida sobre la Tierra. Los escritores de ciencia ficción han imaginado una sorprendente variedad de formas de vida muy distintas de las terrestres. Pero la única limitación para estos escritores está en su capacidad de imaginación, no en el mundo real. La vida tal como la conocemos, desde un astrónomo aficionado hasta la bacteria más simple, comparte ciertas características fundamentales, que muchos científicos piensas que deben ser comunes a cualquier forma de vida del Universo.

En primer lugar, los seres vivos toman de su entorno la materia y energía que precisan para nutrirse, reproducirse, y desplazarse, expulsando los desechos. En segundo lugar, son capaces de almacenar información, duplicarla y transmitirla a las futuras generaciones (que es una forma rebuscada de decir "sexo").

El estado líquido es ideal para todas estas funciones. Los líquidos pueden disolver tanto sólidos como gases, produciendo moléculas complejas. Y estas moléculas pueden desplazarse libremente y entrar en contacto unas con otras acelerando así las reacciones químicas. En los gases, los átomos están demasiado lejos unos de otros para permitir la formación de moléculas complejas capaces de almacenar información. En los sólidos las moléculas están atrapadas en un sitio fijo, de modo que las reacciones químicas que se precisarían para transferir información de una generación a otra serían mucho más lentas que en los líquidos. En la Tierra, donde todas las formas de vida se basan en el estado líquido, pasaron 3800 millones de años entre la aparición de los primeros microbios y las hamburgueserías. Si hubiese otro planeta en el que la vida se basara en sólidos, el tiempo necesario para que evolucionase vida inteligente sería más largo que la misma edad del Universo.

La vida inteligente no sólo necesita líquidos que la soporten, sino que, probablemente, precisa agua líquida. En la Tierra, el agua es literalmente la molécula de la vida, pues constituye el 70% de la masa celular. Hay buenas razones para pensar que esto sea así en todas partes. El agua es la molécula más abundante en el Universo que pueda encontrarse en estado líquido, y tiene una asombrosa capacidad para disolver compuestos inorgánicos, de modo que los organismos vivos puedan usarlos. Otros líquidos, como el amoníaco, no comparten con el agua esta versatilidad. No es casual que el único cuerpo en el Sistema Solar con agua líquida en su superficie, la Tierra, sea también el único en el que se hayan encontrado seres vivos.

HOY SE CONOCE LA EXISTENCIA DE PLANETAS FUERA DE NUESTRO SISTEMA SOLAR.

 

Aunque otras formas de vida en el Universo pudieran estar basadas en otros líquidos, la mayoría de los biólogos opina que las que se basen en el agua son las que tienen mayor probabilidad de desarrollar vida inteligente. Todo esto supone una limitación bastante estricta para el desarrollo de vida inteligente: precisa temperatura estable durante miles de millones de años para que el agua se mantenga en estado líquido.

Toda la vida terrestre se basa en el agua liquida Probablemente, en otros mundos ocurrirá lo mismo.

Para que llegue a producirse un ser inteligente, un planeta con seres vivos requiere una estrella que sirva de incubadora y le proporcione temperaturas relativamente estables durante miles de millones de años. Pero sólo cumplen este requisito una pequeña fracción de los 200.000 millones de estrellas de la Galaxia.

El Sol es una de las que lo cumplen a la perfección. Esta estrella de mediana edad tiene un tama ño y una masa que están ligeramente por encima del promedio, y emite energía establemente. Pero el Sol, a diferencia de la mayoría de estrellas, no tiene compañera alguna. Aproximadamente dos terceras partes de las estrellas de la Vía Láctea pertenecen a sistemas binarios o múltiples. En la mayoría de los sistemas múltiples es imposible que se formen planetas, o bien, si se llegan a formar, acaban recorriendo complicadas órbitas alargadas, a causa de los tirones gravitatorios. En ciertos momentos de su recorrido orbital, el planeta se acercaría tanto al calor abrasante de una de las estrellas que se evaporaría el agua, mientras que en otros se alejaría muy, muy lejos, y el agua se congelaría a temperaturas pocos grados por encima del cero absoluto. Nunca podría aparecer vida inteligente en planetas así.

Pero tampoco pueden soportar vida la mayor parte de las estrellas solitarias. Aproximadamente el 80% de las estrellas -aquellas con una masa menor que el 65% de la masa solar- radian tan poca energía que son incapaces de mantener vida alguna. Un planeta que orbitase a la distancia adecuada de una de estas estrellas para mantener el agua en estado líquido, estaría tan cerca que las fuerzas de marea frenarían la rotación del planeta, como ocurre con Mercurio y el Sol. Un hemisferio quedaría encarado hacia la estrella durante un largo periodo, calentándose demasiado, y el más apartado sería demasiado frío. Además, muchas de estas estrellas enanas proyectan al espacio fulguraciones gigantescas que abrasan periódicamente los planetas más cercanos.

En el extremo opuesto de la escala, las estrellas que tienen una masa 40% superior a la del Sol, o mayor, no viven lo suficiente para que se puedan producir civilizaciones tecnológicas. Estos monstruos celestes, que suponen el 1 %del total de la Galaxia, consumen el hidrógeno como tiburones hambrientos, alimentándose frenéticamente. A escala cósmica, su vida transcurre en un abrir y cerrar de ojos.

El Sol pertenece a una preciosa minoría de estrellas que carecen de compañeras y que tienen la masa precisa. Nadie sabe exactamente cuántas estrellas pueden mantener vida inteligente, pero está claro que las razones expuestas reducen drásticamente las pretensiones más optimistas de existencia de extraterrestres. De los 200.000 millones de estrellas quedarían quizá tan sólo unos 10 o 20.000 millones.

La vida precisa de un buen sol, una estrella solitaria que radie suficiente energía para calentar el planeta. Pero si la estrella tiene una masa excesiva, agota su combustible con excesiva rapidez.

Diez o veinte miles de millones de soles son una cantidad considerable, de todos modos. ¿Y cuántos de ellos tienen planetas que puedan soportar vida? El descubrimiento de planetas alrededor de estrellas semejantes al Sol, como 51 Pegasi, 70 Virginis y 47 Ursae Majoris, ha reavivado el optimismo de los que afirman que debe haber vida extraterrestre, pero un examen más atento de los nuevos planetas ofrece una imagen menos idílica.

El planeta que orbita alrededor de 51 Pegasi tiene una masa parecida a la de Júpiter y está tan próximo a la estrella que se cuece a una temperatura abrasadora de 1000°. La mayoría de los astrónomos opina que este planeta se originó mucho más lejos de su estrella, para irse acercando a causa de su interacción con el disco a partir del cual se formó, hasta que se detuvo poco antes de alcanzar un final ardiente. Si tal sistema contuvo planetas de tipo terrestre, no debieron de tener tanta suerte: si el disco protoplanetario duró lo suficiente, se fueron acercando en espiral a su estrella -a su perdición hasta caer en ella.

Se ha pronosticado que el planeta de 70 Virginis debe ser adecuado para sostener vida a causa de que se encuentra en una zona donde se podría mantener agua en forma líquida. Pero dicho planeta tiene una órbita fuertemente elíptica que le obliga, a él y a las lunas que puedan girar a su alrededor, a unas variaciones climáticas brutales. Es más: este planeta es tan masivo - 6,5 veces más que Júpiter, por lo menos- que su órbita elíptica acabaría expulsando cualquier planeta interior fuera del sistema.

De todos los nuevos sistemas planetarios descubiertos hasta la fecha, el de 47 Ursae Majoris es el más parecido al nuestro. Pero incluso dicho sistema ofrece pocas posibilidades de albergar vida. La mayor parte de los astrónomos piensa que lo que impidió que se formara un planeta donde se encuentra ahora el cinturón de asteroides es la enorme masa de Júpiter. Siendo el planeta de 47 llrsae Majoris al menos 2,3 veces mayor que Júpiter y estando tan cerca de la estrella, debe obstaculizar seriamente el proceso de formación de planetas en la zona donde podría aparecer la vida.

Los astrónomos tienen serias razones para pensar que los sistemas semejantes al nuestro -con planetas rocosos en la zona interior y gigantes gaseosos situados a partir de una distancia como la que separa Júpiter del Sol- son los que ofrecen mayores posibilidades de albergar vida. Los planetas rocosos servirían como morada para los seres vivos, mientras que los planetas masivos limpiarían el sistema de gran parte de los residuos sobrantes del proceso de formación de los planetas. Recientes simulaciones mediante ordenador efectuadas por George Wetherill en la Carnegie Institution de Washington D.C. muestran que sin planetas como Júpiter, los planetas interiores serían bombardeados constantemente por asteroides y cometas asesinos. En lugar de provocar extinciones en masa -como la que acabó con los dinosaurios cada 100 millones de años, tendrían lugar cada 100,000 años. La vida nunca tendría oportunidad de evolucionar hasta la aparición de seres inteligentes.

Los astrónomos han intentado, sin éxito, encontrar planetas con la masa y órbita de Júpiter alrededor de una docena de estrellas cercanas semejantes al Sol. Se diría que los planetas gigantes son relativamente poco comunes. Modelos de ordenador indican que un planeta necesita al menos 10 millones de años para engullir suficiente gas del disco protoplanetario hasta alcanzar una masa como la de Júpiter. Observaciones con radiotelescopios de estrellas vecinas que tienen pocos millones de años de edad muestran que la mayoría no tienen suficiente gas alrededor para formar pesos pesados, planetas semejantes a Júpiter. De modo que, para que un sistema solar sea habitable, es necesario que se forme a partir de un disco que persista bastante tiempo para que un planeta del tipo de Júpiter disponga de suficiente gas, pero no tanto que los planetas de tipo terrestre se vayan acercando en espiral a la estrella y acaben cayendo en ella. Nuestro sistema solar podría ser de los pocos en que todo ocurrió de la forma exacta para dar a la vida una oportunidad de luchar.

Muchos astrónomos se quejan diciendo que la Luna es un pedazo inútil de roca que estropea el cielo nocturno durante unas dos semanas cada mes. Pero sin la Luna no habría nadie sobre la Tierra capaz de disfrutar de las maravillas del Universo. El sistema Tierra-Luna destaca de modo singular al compararlo con los demás planetas rocosos. Mercurio y Venus no tienen ni un satélite, y Mane tiene dos insignificantes pedazos de roca del tamaño de la isla de Manhattan que probablemente no son más que asteroides capturados. La Tierra puede presumir de su gran Luna, que es tan grande como los mayores satélites de Júpiter y Saturno. No es de extrañar que muchos astrónomos hablen del sistema Tierra-Luna como de un planeta doble.

Las investigaciones de Jacques Laskar y sus colaboradores en el Bureau des Longitudes de París muestran que la considerable fuerza de gravedad de la Luna actúa como un áncora que da estabilidad a la Tierra. Sin la Luna, los pequeños tirones gravitatorios que ejercen los demás planetas, especialmente Júpiter, durante millones de años, pondrían en peligro la estabilidad del eje de rotación de la Tierra. En lugar de los 23,5° actuales, que nos proporcionan estaciones moderadas variando tan sólo 2,6° durante el ciclo de 41,000 años, la inclinación del eje fluctuaría caóticamente entre 0° y 85° durante millones de años. El clima de la Tierra sufriría eones de variaciones climáticas brutales, seguidos de periodos en que no se daría variación alguna. Condiciones tan inestables como éstas conducirían seguramente hacia una situación como la de Venus, con un efecto invemadero que calienta su superficie a temperaturas infernales de 450° C, o bien hacia una glaciación imparable, que sumergiría la Tierra en una edad glacial permanente.

Muy pocos planetas de la Galaxia que tengan el tamaño de la Tierra poseerán un satélite tan grande como nuestro buen vecino. La mayoría de los astrónomos piensa que la Luna se formó por un accidente monstruoso. En los primeros tiempos de la historia del Sistema Solar, un objeto del tamaño de Marte se estrelló contra la Tierra con el ángulo preciso para que, sin destruirla, se proyectaran al espacio gran cantidad de materiales que acabaron reuniéndose y dieron lugar a la Luna. La probabilidad de que suceda algo así es de uno entre un millón, pero parece haber sido necesario para permitir que se desarrollara vida inteligente.
Quizá la circunstancia más fortuita de todas sea el hecho de que quedase agua líquida sobre la Tierra mientras tanto ella como el Sol sufrían grandes cambios. Cuando se formó la Tierra hace unos 4600 millones de años, el Sol era un 30% más débil que en la actualidad, según predicen los modelos de evolución estelar. La Tierra tenía entonces una atmósfera totalmente diferente, compuesta principalmente de nitrógeno, dióxido y monóxido de carbono. A lo largo de miles de millones de años, la actividad biológica y geológica eliminó la mayor parte del carbono de la atmósfera, reemplazándolo por el oxígeno libre que ahora permite sostener toda la vida animal.

Cabe subrayar que, a medida que el Sol se iba calentando y la atmósfera de la Tierra cambiaba totalmente de composición, la temperatura media de la Tierra se mantuvo dentro de los estrechos márgenes que favorecen la vida, entre 5 y 60°C. ¿Cómo ha conseguido la Tierra evitar el efecto invernadero o una permanente edad glacial?

Los geólogos proponen que existe un termostato global que mantiene la atmósfera dentro de una franja de temperaturas ni demasiado frías ni demasiado calientes. El volcanismo y los desplazamientos de las placas continentales y oceánicas reciclan el carbono entre la atmósfera y el interior de la Tierra. Cuando se enfría el clima, los procesos geológicos permiten que suba el nivel de dióxido de carbono en la atmósfera, y como el dióxido de carbono es un gas que atrapa calor por efecto invernadero, aumenta la temperatura. Cuando la Tierra se calienta, estos mecanismos eliminan dióxido de carbono de la atmósfera, de manera que se enfría el planeta. Este termostato, según creen muchos científicos, ha mantenido estable el clima durante eones.

¿Cuántos sistemas planetarios de la Galaxia giran alrededor de una estrella adecuada, tienen un planeta como Júpiter, un planeta rocoso con una gran luna y un termostato perfecto? Nadie puede asegurarlo, pero deben ser muy pocos. La moraleja de esta historia es que los buenos planetas son dificiles de encontrar.

Incluso si aceptamos que se pueda originar vida sobre un planeta adecuado, que orbite un sol adecuado, eso no implica que tenga que aparecer alguna especie de elevada inteligencia. Muchos biólogos evolucionistas piensan que la aparición de una especie inteligente como Homo sapiens fue un proceso altamente improbable, de uno en mil millones.

El paleontólogo evolucionista de Harvard Stephen Jay Gould cornge en su libro Wonderful Life el error generalizado de que la evolución "progresa incesantemente" hacia niveles crecientes de complejidad e inteligencia. Más bien, según explica Gould, la evolución de los seres vivos es semejante a un árbol. Homo sapiens, como las demás especies modernas, no es más que un pequeño brote al final de una larga cadena de ramificaciones de tamaño progresivamente reducido. Si la evolución no persigue objetivo alguno, ninguna ramita es más avanzada que las demás.

En el universo se estan continuamente creando estrellas y planetas

Emst Mayr, colega de Gould en Harvard, sostiene que la aparición evolutiva de una ramita capaz de desarrollar alta tecnología es sumamente improbable, subrayando el hecho de que sólo en uno de los cuatro grandes reinos de seres vivos, los animales, se han dado seres inteligentes. Sólo en uno de los 70 tipos de animales, los Cordados, ha aparecido inteligencia. Sólo en una Clase de Cordados, los Mamíferos, se ha dado inteligencia. Sólo en un Orden de Mamíferos, los Primates, y sólo en una Familia de Primates, los grandes simios, ha aparecido inteligencia elevada. Y después de 25 millones de años de evolución y muchas estirpes fracasadas, tan sólo ha surgido una especie de simio capaz de alta tecnología.

Nuestro propio linaje ha pasado a través de millones de especies. Como la evolución es en principio un juego de azar, cualquier variación aparentemente pequeña en un acontecimiento aparentemente insignificante podría haber interrumpido nuestro linaje antes de que apareciesen seres humanos. Los defensores de que existen seres extrater entres inteligentes deberían desanimarse profundamente ante el hecho de que en ninguna de las otras estirpes, entre los miles de millones de especies que han ocupado la Tierra a través de las Eras, se ha dado jamás un progreso importante hacia una inteligencia elevada.

Los ojos han aparecido evolutivamente de forma independiente al menos en 40 ocasiones distintas a lo largo de la historia de la Tierra. Pero nunca se ha dado caso alguno de "convergencia evolutiva" hacia la aparición de alta inteligencia. Puede que se haya dado varias veces un desarrollo evolutivo de la inteligencia, pero sólo en la especie humana se dió simultáneamente la destreza manual necesaria para elaborar instrumentos. Y esa combinación parece haber sido clave para que los seres humanos llegaran a desarrollar su alta tecnología.

Esta larga serie de cuellos de botella deja bien claro que el surgimiento de vida inteligente es mucho más difícil de lo que los científicos habían pensado anteriormente. Y es posible que aún haya más obstáculos con los que los científicos no hayan tropezado todavía. La aparición de vida sobre la Tierra, por ejemplo, puede haber sido el último suceso improbable. Los defensores de que existen extraterrestres podrían oponer que la línea argumental expuesta se basa tan sólo en especulaciones antropocéntricas. Quizá la vida, e incluso vida inteligente, podría darse bajo formas diversas que ni siquiera podemos imaginar.

Sin embargo, hablar de formas de vida alternativa es el colmo de la especulación. Si optamos por evitar la especulación para adherirnos tan sólo a lo observable, podremos hacer la misma pregunta que formuló en 1950 el premio Nobel de Física Enrico Fermi: Si la Galaxia está repleta de seres inteligentes, ¿dónde están? Nunca se ha podido tener ninguna evidencia observacional sobre la existencia de otros seres inteligentes en ninguna otra parte del Universo: es la pura realidad. Si la vida inteligente fuera corriente, nuestros instrumentos astronómicos quizá podrían detectar algún indicio de sus actividades. Pero, como sugiere el astrónomo Ben Zuckerman de UCLA, carecemos de indicios de que la tecnología haya puesto su mano sobre el Universo. El satélite astronómico para observación infrarroja IRAS podría haber detectado radiación térmica proveniente de grandes colonias espaciales, o proyectos de ingeniería espacial alrededor de varios cientos de estrellas semejantes al Sol.

Incluso considerando las enormes distancias entre las estrellas, es difícil imaginar que todas las civilizaciones con desarrollo tecnológico se hayan quedado confinadas en sus sistemas planetarios de origen. Apenas transcurridos 40 años desde el inicio de nuestra Era Espacial ya contamos con cuatro sondas que han abandonado el Sistema Solar. En el año 1900 se habrían reído de cualquiera que afirmase que sucedería así antes de acabar el siglo. Dado que los conocimientos científicos se duplican cada 20 años, supondría igualmente miopía descartar los viajes interestelares. Si la galaxia está poblada por civilizaciones capaces de desarrollar tecnología, algunas de ellas habrían solucionado el problema de los viajes interestelares para aventurarse en el espacio profundo. Algunas habrían lanzado sondas automáticas para explorar otros sistemas solares. Algunas enviarían emisarios para colonizar otros planetas. Y otras habrían emigrado cuando su estrella llegase al final de su ciclo de vida al acabar su provisión de hidrógeno.

Para las civilizaciones que se aventuren a viajar por la Galaxia, nuestro sistema solar, con su acogedora estrella y abundancia de recursos, debe ser un objetivo codiciable. Sin embargo, a pesar de los OVNIS, las caras en Marte y los astronautas del pasado, no hay ni la menor evidencia de que la Tierra -ni siquiera el Sistema Solar- hayan sido jamás visitados por extraterrestres. Incluso en el caso de que tuvieran instrucciones prioritarias de no interferir con la vida terrestre, podría tentarles explotar los vastos recursos de hierro, niquel y otros minerales de los planetas y asteroides. No obstante, nuestro sistema solar parece absolutamente prístino, como si nadie lo hubiese visitado jamás.

Este argumento no es nada definitivo. Podría haber extraterrestres ahora mismo en el Sistema Solar, provistos de medios técnicos para ocultarse a nuestros ojos, y esperando pacientemente que madurásemos. Cuando los científicos se encuentran ante múltiples explicaciones posibles para un fenómeno, generalmente aplican la "navaja de Occam": Acepta la explicación más simple, la menos especulativa, y rechaza las más fantásticas y embrolladas. Puede que la Galaxia esté abarrotada de vida y de civilizaciones, pero la explicación más simple, con las pruebas de que disponemos, ha de estar en la línea de que compartimos la Galaxia con pocos vecinos, si es que tenemos alguno.

Las pretensiones más optimistas de vida extraterreste provienen a menudo del grupo de científicos que se dedican a la búsqueda de señales de radio emitidas por seres inteligentes extraterrestres (SETI). Se trata de una aproximación experimental relativamente barata a este profundo problema. Y aunque la posibilidad de captar alguna señal es muy remota, también es cierto que intentarlo no hace daño a nadie. La búsqueda de señales de radio adolece del defecto de que los resultados negativos no dan información alguna acerca de la abundancia de civilizaciones tecnológicamente desarrolladas. Más aún: el descubrimiento de cuásares, púlsares y de las microondas de la radiación cósmica de fondo demuestra que, si hay más civilizaciones en la Galaxia, el primer indicio de su existencia nos llegaría, probablemente, por pura casualidad.

Y mientras eso no ocurra, parece prudente afirmar que estamos solos en un vasto océano cósmico, que nosotros mismos somos algo muy especial por ir contra la regla copernicana. Y por ello, en este rincón del Universo, sobre un pequeño pedrusco que gira alrededor de una estrella normal de la periferia de una galaxia corriente, la humanidad representa materia y energía evolucionada al máximo que ha conquistado un estado de conciencia desde el que puede preguntarse cómo empezó el Universo y la vida misma, y qué significado tiene todo ello.

ROBERT NAEYE es editor asociado de ASTRONOMY Espera que la gente que busca vida extraterrestre inteligente demuestre pronto que este articulo está equivocado.

(¡Me gustaría haber incluido esto en mi artículo.'):
Si consideramos los 3500 millones de años de la historia de la vida en la Tierra y los comparamos con la torre Eiffel de París, el tiempo transcurrido desde que apareció inteligencia elevada (seres humanos) en nuestro planeta equivaldría ¡a la capa de pintura de la cúspide! Esto significa que la inteligencia elevada ocupa sólo una parte infinitesimal en la historia del planeta. Por lo tanto, a menos que algunas civilizaciones sede extremadamente longevas, permaneciendo durante cientos o miles de millones de años, aparecerían y desparecerían como destellos de luciérnagas en la noche. Y si alguna civilización durase cientos de millones de años, viajarían por la Galaxia, y deberíamos tener algún indicio de su existencia.
Recuerdos,

Naeye