Cosmología
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El universo sabía que íbamos a llegar

Por Josep Emili Arias
cel_ras@hotmail


La lista de coincidencias cósmicas que han favorecido nuestra existencia en el universo es tan larga que el físico de Princeton, Freeman Dyson, comentó: "Cuando más examino este universo surgido del Big Bang, y los detalles de su arquitectura, encuentro más evidencias de que, en algún sentido, el universo sabía que nosotros íbamos a llegar". A esta concatenación de coincidencias tan propiciadoras para que surja la vida, se le llama Principio Antrópico.

La lista de coincidencias cósmicas que han favorecido nuestra existencia en el universo es tan larga que el físico de Princeton, Freeman Dyson, comentó: "Cuando más examino este universo surgido del Big Bang, y los detalles de su arquitectura, encuentro más evidencias de que, en algún sentido, el universo sabía que nosotros íbamos a llegar". A esta concatenación de coincidencias tan propiciadoras para que surja la vida, se le llama Principio Antrópico. A principios de los años 70 el físico teórico, Brandon Carter, fue el primero en acuñar el término Principio Antrópico a la notable coincidencia de que exista un promedio mayor de estrellas donde su longevidad o vida media proporciona un tiempo más que suficiente para que surja la vida y, ésta, evolucione hacia formas más complejas e inteligentes capaces de tomar ciencia y conciencia del universo. Nuestro Sol, con una vida activa de unos 10.000 millones de años, posibilita el doble de tiempo necesario para que la inteligencia surgiese sobre la Tierra. El universo y la dinámica de sus leyes son como son para que pueda existir el hombre. Esta visión tan poética y humanista del Principio Antrópico que manifiestan bastantes científicos y que huye de toda religión es, tal vez, la dura condición de no querer afrontar que el genero humano es un mero accidente cósmico, donde nuestro bello planeta es una pequeñísima parte de un universo hostil el cual se desarrolló a partir de una primera condición inexplicable y desconocida, y que su futuro se enfrenta a su extinción en un frío sin fin (universo abierto) o hacia un calor insoportable (universo cerrado).

 

Un universo inteligente
¿Existe una fuerza vital para que todo el universo se confabule en armonizar la vida y la conciencia?. Cuando decimos que la vida que conocemos está basada en el carbono, es por ser éste el soporte químico más activo para la vida. La química del carbono es la que más cadenas y enlaces propicia con el resto de los 21 elementos orgánicos. El carbono participa en todos los procesos químicos de nuestra vida. La vida siente predilección por las moléculas de carbono. Sin embargo, para la nucleosíntesis del carbono en el interior de las estrellas se da una sorprendente y circunstancial carambola de interacciones nucleares. En los años 60 ya se desestimó el modelo de colisión simultánea de tres núcleos de helio, por infrecuente e inapreciable en la configuración del carbono. La solución más viable sería un proceso en dos pasos: dos núcleos de helio colisionan para formar uno de berilio, y después éste colisiona con otro núcleo de helio para finalmente crear un núcleo de carbono. Pero el problema persistía en que el núcleo de berilio resultante de la fusión de dos núcleos de helio es extremadamente inestable, se desintegra en tan solo 10 elevado a -17 segundos (10-17s.). Aun cuando la producción de berilio en el plasma interno de las estrellas es abundante, su efímera vida impide el segundo paso hacia la síntesis del carbono. ¿Cómo se podía explicar la proliferación de carbono en el universo?. En 1958, el astrofísico Fred Hoyle (1915-2001), predijo acertadamente que para la nucleosíntesis del carbono se tenía que dar lo que se llama una resonancia nuclear, es decir, en la colisión del núcleo inestable de berilio con el núcleo de helio se desprende idéntico nivel de masa-energía que el que va adquirir el elemento a formar, el carbono. Los núcleos constituyentes manifiestan una resonancia, una simpatía o voluntad implícita, por crear la masa resultante. Ello obliga a que el fugaz núcleo de berilio y el núcleo de helio se absorban (fusionen) con una afinidad muy pronunciada. Sólo así se podía contrarrestar el poco tiempo disponible para que colisionen estos dos núcleos. Esta resonancia o nivel de energía para el carbono, Fred Hoyle, la estableció en 7.65 megaelectrón-voltios (1), un nivel de energía preciso en el cual los dos núcleos constituyentes se peguen anormalmente bien. Es de esta única forma como el carbono, el átomo más implicado en la vida, prolifera con gran eficacia en el universo. De no ser por esta accidentada casualidad la síntesis del carbono en las estrellas quedaría drásticamente mermada. Esta especie de voluntad y empeño que pone la naturaleza estelar por generar el carbono propició el misticismo no religioso de Fred Hoyle al defender la idea de que un superintelecto, un diseñador, preparó las leyes de la física con el objetivo de que pudieran fabricarse los elementos orgánicos indispensable para dar ese salto prodigioso de la química a la bioquímica, la vida. Para él no era un hecho fortuito el que las moléculas de la vida llenasen el cosmos. Cuestión ésta que le llevó a escribir su obra Universo Inteligente (1983).

El Principio Antrópico nunca es sustituto de religión
Más de un teólogo ha tenido el atrevimiento de afirmar que el Principio Antrópico representa y cumple la necesidad de religión y espiritualidad que manifiestan un colectivo de hombres de ciencia quienes se ven atrapados o "desamparados" ante ese vació de espiritualidad que les provoca la ausencia de un Dios creador y supremo. Pienso que el Principio Antrópico es simplemente un pensamiento humanista al estilo renacentista, pero nunca resultado de una frustración religiosa. También es un lamentable y craso error el afirmar que fuera de la religión y sus divinidades no queda espacio para la espiritualidad, que sabrán estos teólogos de la poesía oriental zen y haiku, de autores como Basho, Saigyo, Dogen y Omar Khayaam, donde la naturaleza transpira espiritualidad. Hoy, esta ensimismada teología cristiana que tantas veces se ha visto atrapada en sus propias contradicciones, ahora, quiere amonestar al mundo científico a que abandone los ensayos e investigaciones con células madres de embriones. Cuando, ellos, y durante siglos, se han sentido atraídos por tan obscenas y retorcidas cuestiones teológicas como la de indagar el sexo de los ángeles o la inmácula concepción virginal de Maria.

Fred Hoyle y su Boeing 747

A muy pesar de sus pensamientos e hipótesis exóticas no hay duda de su gran aportación a la astrofísica en el incipiente campo de la nucleosíntesis estelar. Sir Fred Hoyle siempre mantuvo el criterio de que desde el azar muy pocas cosas se responden. Hoyle planteaba la imposibilidad de que el ADN evolucionara y se formara de una forma casual. Su obsesión por buscar una inteligencia auto-organizadora en el universo le llevó a escribir en 1988 este otro libro, Matemáticas de la evolución, donde Hoyle decía: " Si en un hangar esparcimos por el suelo todas las piezas desmontables, tornillo a tornillo, de un Boeing 747 y en un momento dado cruza un tifón, ¿Cuál será la probabilidad de que después nos encontremos allí el avión completamente rearmado y listo para volar?". Según Hoyle, tenía la misma probabilidad -o incluso mayor- de la que el ADN se formase de manera casual. Esta conjetura, que para muchos no pasa de ser una falacia, es hoy utilizada constantemente por los críticos de la evolución. Cabe recordar que Fred Hoyle, a parte de sus pensamientos exóticos y desatinados, siempre estuvo comprometido con la divulgación científica, tanto en su faceta escrita en los periódicos como en la radiofónica.
Las más sonadas y pintorescas hipótesis de este tozudo y gran astrofísico de su tiempo fueron el enunciar que los pasos del cometa Halley (1910-1986) depositaban en la Tierra variantes del virus de la gripe. Y un año antes de fallecer afirmó que la encefalopatía espongiforme bovina se debía a microorganismos que caen sobre la Tierra (meteoritos) en los meses de invierno. Fred Hoyle, el cosmólogo del estado estacionario, se fue a la tumba sin reconocer ninguna de las pruebas experimentales que tanto han evidenciado la teoría del Big Bang.

Stuart Kingsley (izquierda) en una visita efectuada a Sir Fred Hoyle el 14 de Junio de 2000, en el Hotel Highcliff, en Bournemouth, Dorset, Inglaterra. El profesor Hoyle (derecha) se retiró a Bournemouth a finales de los 80. Stuart Kingsley es autor de un proyecto SETI, en el ámbito óptico (COSETI)

 

¿Por qué el oxigeno no presenta resonancia?
La fusión de un núcleo de carbono con un núcleo de helio para la obtención de oxigeno resulta, gracias a Dios, bastante desfavorable en el núcleo de las estrellas. Simplemente porque el nivel de masa-energía para las partículas que se fusionan (carbono + helio) presenta un valor ligeramente mayor que el nivel que adopta (en la escalera energética) el propio oxigeno. Los niveles de energía no coinciden, presentan un desfase ligeramente por encima del 1% y con ello las partículas simplemente rebotan entre sí en vez de adherirse o fusionarse. El núcleo de oxigeno presenta un nivel de energía situado en 7,12 megaelectrón-voltios, por debajo de la masa-energía que desprende la fusión del carbono con el helio, 7,19 megaelectrón-voltios. Pensando en términos del Principio Antrópico podemos afirmar que no existe resonancia para con el oxigeno, digamos que no hay ninguna afinidad entre los dos niveles de energía, porque de lo contrario no estaríamos aquí para contarlo.

Un ozono muy circunstancial
Esta es una de tantas formas en que la materia interacciona en favor de la vida. La molécula de oxigeno (O2) que respiramos fue un producto de la vida, generado por las primitivas algas oceánicas. Con el paso del tiempo estas moléculas de oxigeno se acumularon en la estratosfera, siendo posteriormente disociadas en átomos libres por efecto de la radiación ultravioleta, para luego recombinarse en paquetes de tres átomos de oxigeno, formándose la molécula de ozono O3. Estas moléculas de ozono terminaron por absorber y neutralizar la letal radiación ultravioleta permitiendo, así, que la vida saliese de los océanos y proliferasen nuevas especies que colonizaron la pangea. ¡Que maravillosa coincidencia!, la actividad del metabolismo aeróbico de los primeros organismos vivos autofavoreció una nueva dinámica atmosférica, es decir, la formación de una envoltura protectora que posibilitaba nuevas e ingentes formas de vida. La vida llamaba a nueva vida, esto es un hecho innegable en nuestro planeta. Resulta sugerente reflexionar si toda nuestra evolución ha sido a golpe de accidente y azar o, por el contrario, la evolución estuvo escrita en una especie de ADN cósmico. Pues digamos que una galaxia y la espiral del ADN revelan la misma e insinuante simetría, como si el universo y la vida siguiesen los mismos modelos.

William Alfred Fowler.- Alumno de Hoyle

 

Notas:
(1) En 1959, el equipo de físicos nucleares liderado por William Fowler (alumno de Hoyle) verificó con experimentos de laboratorio que el carbono presentaba resonancia en un nivel energético de 7,65 megaelectrón-voltio, idéntico valor al predicho por Fred Hoyle.

Bibliografía:
Cayetano López, Universo sin fin. Grupo Santillana de Ediciones SA. Madrid. Colección Taurus- Pensamiento, 1999.