Cuando vosotras sois estrellas

Por Josep Emili Arias
cel_ras@hotmail.com

"En los inicios del siglo XX la mujer astrónoma fue, dentro de las disciplinas técnicas y científicas, la que lideró el protagonismo por soterrar el arcaico sistema patriarcal de la ciencia. Es más, ellas, por su condición de maternidad están acostumbradas a trabajar con la velocidad de la luz"

Este próximo año 2006, tras más de 80 años de su fundación, la prestigiosa Unión Astronómica Internacional (IAU) en Harvard (EEUU), máximo órgano mundial para el conocimiento de la astrofísica y la cosmología, será presidida por una mujer, la franco-argentina Dra. Catherine Cesarsky, quien es la actual Directora General del ESO (Observatorio Europeo para el hemisferio Sur). El periplo de la mujer para cursar graduaciones técnicas y el concursar investigaciones científicas siempre fue un rosario de denigrantes impedimentos, si bien, después que lograsen obtener la licenciatura empezaban los recelos dentro del más cerril machismo "corporativo". En 1972, a la edad de 13 años, estando Cesarsky en el Liceo Francés de Buenos Aires manifestó a su inspector de estudios su interés por graduarse en Ciencias Exactas en la prestigiosa Ecole Polytechnique de Paris, el inspector se sonrió y le dijo: " En la Ecole Polytechnique no hay mujeres". La ciencia aún era un sistema patriarcal. La carrera de la mujer hacia el conocimiento y el magisterio de las estrellas fue todo un calvario. Después del primer saqueo a la Biblioteca de Alejandría (391 dC) la matemática y astrónoma Hipatia, hija del filósofo y matemático Teón de Alejandría, continuó con valentía enseñando el conocimiento griego. Pero el instigador patriarca cristiano, Cirilo de Alejandría, la odiaba y despreciaba por la estrecha amistad que mantenía con el gobernador romano y porque era inadmisible que una -mujer- astrónoma fuese el símbolo de la cultura, el conocimiento y la ciencia. Para este patriarca de la Iglesia cristiana todo saber que compitiese con las conjeturas teológicas era identificado como cultura pagana y que había que extirpar de la sociedad. En marzo del año 415, cuando Hipatia se dirigía a impartir sus clases en la Biblioteca, un grupo de fanáticos seguidores del patriarca Cirilo la desollaron en plena calle. El asesinato de la astrónoma Hipatia y la posterior destrucción de la Biblioteca de Alejandría por el integrismo cristiano, fue el ocaso de la ciencia en occidente, empezaba la Edad de la Barbarie y el oscurantismo impuesto por el dogma teológico.

Hoy, y desde hace unas décadas, la mujer astrónoma lidera equipos de investigación astrofísica, cosmológica y en la dirección de misiones espaciales para el conocimiento de otros mundos. En 1912 la astrónoma sordomuda, Henrietta Leavitt, graduada en la Universidad de mujeres de Radcliffe (1892), estudiando la población de estrellas de tipo Cefeidas en las cercanas y pequeñas galaxias (Nubes de Magallanes), descubrió que con este tipo de estrellas variables se podía establecer una relación directa entre su periodo de variación luminosa y su brillo absoluto, y basándose en el cálculo sencillo de que la intensidad de la luz disminuye con el cuadrado de la distancia, era posible tasar distancias galácticas. Con este nuevo y asombroso patrón para el cálculo de distancias cósmicas, se revisó que el universo era enormemente más vasto de lo que se creía hasta entonces.

 


El Harem de Pickering

La mayor catalogación de estrellas de la historia, -su posición exacta, tipo espectral y su periodo de variabilidad luminosa-, fue confeccionada por mujeres, y que como bien dijo una de ellas: "…. de los fogones, al firmamento". En 1882 Charles Pickering, director del Observatorio de Harvard, decidió reemprender y completar este arduo proyecto de catalogación estelar de toda la esfera celeste, que una década antes ya había iniciado el fallecido astrónomo Henry Draper. El incipiente invento de aplicar la fotografía al trabajo astronómico, desarrollado por el mismo Draper, aventajó la investigación astrofísica en muchos campos: la determinación de la posición exacta de los objetos celestes sobre coordenadas espaciales, el poder obtener y clasificar los tipos espectrales de gases que presentan la atmósfera de las estrellas y su periodo de variabilidad luminosa. Toda esta vasta catalogación celeste llegó a concebirse como el trabajo más tedioso y aburrido de oficina. Esto sí era una tarea de "proporciones astronómicas". Pickering tuvo que echar mano de su poder de convicción para convencer al claustro universitario de Harvard que, para esta labor de computarizar datos, se emplease a un equipo de mujeres bien formadas académicamente. Pues ellas, por la condición de mujer, mantendrían una constante motivación y perseverancia en este tipo de trabajo sistemático de recopilar y sintetizar datos y gráficos complejos, para luego, poder clasificar, una a una, cada estrella del firmamento. Este equipo de mujeres en su mayoría procedían de la Universidad de Radcliffe (sólo para mujeres) donde se habían licenciado en astronomía. La Universidad de Harvard era sólo para hombres. Por este trabajo de registro y catalogación estelar, con horario de siete horas diarias durante seis días a la semana, se cobraban en los años 1894 y 1914, entre 0,25 y 0,30 $ (centavos) por hora. Unos sueldos bajos si tenemos en cuenta que, muchas de ellas, poseían formación universitaria.


El apelativo, Harem (o harén), como se conocía a este grupo de mujeres que trabajaban en este proyecto de catalogación en el Harvard College Observatory, tal vocablo proviene de la lengua francesa y éste del árabe clásico harim (cosa o lugar vedado y restringido a,). De ahí, que tal apelativo no tomaba ningún significado pícaro, jocoso, peyorativo ni lascivo que recayese sobre la figura de Charles Pickering, sino que el vocablo Harem era utilizado con la autentica acepción semántica árabe de la palabra, Harim. Es decir, intencionadamente lo que se pretendía machacar era que los observatorios, y este mismo Observatorio de Harvard, eran espacios y lugares vedados a las mujeres. De ahí, que Charles Pickering, en su empresa de catalogar las estrellas, tuvo que resultar muy convincente ante el Rectorado para que le permitiesen la entrada de su equipo de mujeres dentro del patriarcal Harvard College Observatory. Otro nombre por el que fueron conocidas estas sorprendentes mujeres fue el de: -las computadoras- de Pickering. De este peculiar Harem sobresalieron reconocidas astrónomas que aportaron importantes conocimientos astronómicos, como Henrietta Leavitt, Annie Cannon, Antonia Maury y, sin olvidar, la inglesa Cecilia Payne quien en 1925 fue la primera mujer astrónoma que obtenía un doctorado, en astronomía, por Harvard.



Vera Rubin, midiendo galaxias

En el otoño de 1951 el comité para la selección de conferenciantes de la Sociedad Americana de Astronomía (AAS) en Pennsylvania, mantuvo acalorados enfrentamientos sobre si a la astrónoma Vera Rubin de la Universidad de Cornell se le permitía subir a hablar en la tribuna de la AAS (1). El impedimento nunca fue por su osada hipótesis de plantear un universo de densidad poco homogénea. Pues esto implicaba que la ley de expansión de Edwin Hubble, -la velocidad de alejamiento de toda galaxia aumenta en proporción a su distancia-, no era sacrosanta.

Según sus análisis había galaxias que sus espectros presentaban corrimientos al azul, adquiriendo velocidades muy peculiares, es decir, presentaban movimientos adicionales e independientes al flujo de expansión propuesto por Edwin Hubble en la década de los años 20. Con lo que Vera Rubin deducía que nuestro universo tenía que ser mucho menos homogéneo de lo que se pensaba, es decir, que la densidad galáctica pudiera ser mucho mayor en algunos lugares. Sospechaba que tales regiones densas (supercúmulos galácticos) podían ejercer suficiente atracción gravitatoria para atraer ciertas galaxias. Las broncas y desaires al término de su conferencia (9 de diciembre de 1951) y la consiguiente negativa de publicar su trabajo en las revistas de astronomía fueron fruto de la cerril intransigencia de género ante una joven madre astrónoma de 23 años que rompía con la ortodoxia de la homogeneidad cósmica. La evidencia observacional en la década de los 60 corroboró su teoría, nuestra Vía Láctea y galaxias del Grupo Local mantienen un inusual desplazamiento de 600 km/s y en una dirección angular (distinta) y, al margen, del flujo expansivo del universo. Esta atracción está siendo ejercida por alguna súper estructura masiva o supercúmulo de galaxias. En 1992, los mapas del DMR (radiómetro diferencial de microondas) del satélite COBE confirmaron estas macro-concentraciones de materia, el universo presenta marcadas fluctuaciones de densidad.

Joselyn Bell y sus hombrecillos verdes
Persiste la impresión de que se realizó una injusticia al otorgar, en solitario, el Premio Nobel de Física de 1974 a Antony Hewish, director del proyecto y autor del artículo donde se anunciaba el descubrimiento de los pulsares, radioseñal pulsante emitida por las superdensas estrellas de neutrones en rapidísima rotación, el remanente de explosión de supernova. Aunque fue la joven astrofísica y participante en el proyecto, Susan Joselyn Bell, la autentica descubridora del primer pulsar en 1967. Ese mismo año comenzó a funcionar el nuevo radiotelescopio del departamento de radioastronomía de la Universidad de Cambridge (UK), e inaugurado con este proyecto de investigación que dirigía Antony Hewish para la búsqueda de radiofuentes brillantes en el cielo y en cualquier banda de radio. Pero fue esta joven estudiante de postgrado, Jocelyn Bell, quien pondría todo su empeño por despejar hipótesis y resolver la procedencia cósmica de esas peculiares radioseñales de periodo corto y que en un primer momento, muy irónicamente, decidieron catalogar como radioseñales de contacto LGM (Little Green Men), -esos hombrecillos verdes-.


El comité Nobel de Oslo no quiso hacer coparticipe del Nobel de Física de 1974 a la irlandesa Joselyn Bell porque ésta no era coautora del proyecto de investigación, simplemente realizaba su postgraduado en este proyecto, aunque la mayor reticencia se apunta a su juventud de 24 años cuando esta astrónoma halló el descubrimiento de un objeto celeste que emitía radio-pulsaciones periódicas. Las biografías de la actual Jocelyn Bell coinciden en afirmar que esta joven irlandesa estaba ansiosa por concluir su postgrado y, poder así, concursar oposiciones para hallar un buen trabajo. Sin embargo, la incógnita del origen de aquellas radioseñales cósmicas, que en un primer momento no encontraban ningún modelo estelar dónde asentar dicha anómala radiofuente, les llevó a plantear la descabellada hipótesis de un posible contacto de señales de civilización extraterrestre. Ante la desesperación y el desconcierto de comprobar reiterativamente que estas radioseñales siempre eran de procedencia cósmica, cuenta la anécdota que la propia Joselyn Bell llegó a decir: "¿…pero por qué, ahora, en medió de tanto agobio, establecen contacto estos "hombrecillos verdes"?".

Bien es cierto, que se quedan por nombrar otras muchas astrónomas a la cabeza de actuales proyectos científicos, llámese Wendy Freedman o Jill Tarter (del Proyecto Phoenix). Posiblemente, más de un biberón se haya impartido a la luz de las estrellas.

Notas:
(1) George Smoot & Keay Davidson, -Arrugas en el tiempo- (Wrinkles in time), página. 181. Ed. Plaza & Janes, (colec. Saber Más). Barcelona, 1994.